martes, 25 de octubre de 2011

Aquello que sueña...

Llevas un rato algo incómodo, inquieto. Te observo con disimulo, no vaya a ser que te des cuenta y vuelvas a asustarte, a intentar huir.

Lentamente, voy acercando mi mano a tu brazo. Un simple gesto -tan mundano y a la vez tan especial- que me hace estremecerme al pensar que, bajo ese abrigo, estás tu. No te apartas ni insinúas que tengas ganas de marcharte. Buena señal.

Miras al horizonte, intentando hacerme creer que no piensas en nada, que no me sientes como yo te siento a ti. Pero tu cuerpo te delata. Estás nervioso. Me lo dice ese nudo en la garganta que te hace tragar con dificultad. "Eso tiene que querer decir algo", pienso.

Poco a poco, acerco mi rostro al tuyo. Decido tomarme un respiro y apoyo la cabeza sobre tu hombro. Suspiro. Suspiras. Noto tu respiración entrecortada, al igual que mi corazón acelerado, retumbando en mis oídos. Vuelvo a la carga. Abandono la seguridad de tu pecho y avanzo un poco más, explorando tus ojos, tus pecas, el contorno de tu boca. "Si no se aparta o dice algo, es porque no quiere que pare".

Me muerdo el labio inferior -estúpida costumbre arrastrada desde la infancia- mientras comienzo a sentir algo parecido al miedo en mi interior. Las entrañas se me revuelven y el estómago se me pone boca abajo.

Noto una extraña fuerza que intenta unir tus labios con los míos. Lo llamaré magnetismo. Y yo dejo al magnetismo hacer el resto. Como si fuésemos dos polos opuestos que se atraen, nos unimos en un beso. Cálido. Húmedo. Paladeo un regusto a dulce de leche en tu saliva.

Un helado no es lo único que quiero compartir contigo esta noche.

Quizá...

Ojala.

No hay comentarios:

Publicar un comentario